Comer carne resecada al sol rodeada de moscas...
Y conversar con personas que no me entienden pero me hago entender y viceversa...
Y conocer como viven, ente otras cosas, rodeados de basura, las comunidades del noreste camboyano...
Y probar el vino de arroz, de un aspecto poco feliz y gusto otro tanto peculiar...
Y bañarme en un lago donde fuera antes un cráter y saber que tengo 70 metros debajo de mis pies...
Y la tranquilidad de la selva...
Y las Keko (las iguanas que cantan para los que no las conocen) aullando por doquier...
Y jugar con niños camboyanos en su propio idioma y besarlos y abrazarlos sintiendo la frescura y simpatía que rebalsan el espíritu de cualquier mortal...
Y transitar un pueblo en el norte de camboya, un pueblo con motos y gente que van y vienen pero así y todo parece que no van a ningún lugar, a ningún destino, un pueblo de tierras rojas y desbordante verde por los costados, un pueblo habitado y fantasma a la vez...
Y sentir camboya en la piel y en los huesos marcados por los caminos tortuosos de su geografía y su historia...
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2 comentarios:
Hola Flor!
Por fin pude leer tranquila tus aventuras. Tan fascinantes como peligrosas...
Me gusta acompañarte nuevamente en este viaje.
Cuidate mucho amiga. Disfrutá e intentá no atraer los fenómenos naturales como es tu costumbre!
Te quiero y te sigo...
que lindo poder vivir asia a traves de tus ojos, y tus lindas y justas palabras...
te quiere y siempre con vos
laly
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